Testimonio: “Regresó a la casa celestial” por Dn. Timoteo Huang - Iglesia de Kota Kinabalu, Sabah, Malasia.

Fuente: Revista Mensual Espíritu Santo Edición Nro. 428 (Mayo de 2013)

        En el Santo Nombre del Señor Jesús doy testimonio: Soy Timoteo Huang, diácono de la iglesia de Kota Kinabalu, a continuación doy testimonio para glorificar el nombre del Señor y para alabar al Dios verdadero.

         Durante los días del Festival Qingming me surge un profundo sentimiento de nostalgia. En esta fecha según la cultura oriental se realizan las ceremonias de adoración de los ancestros. Aunque nuestra iglesia no sigue la tradición ni las costumbres del mundo, pero sucede que fue durante esta época cuando mi madre murió. Como dice un refrán chino “El árbol quiere estar tranquilo pero el viento no se detiene, los hijos quieren honrar a sus padres pero ellos ya no están”. El Festival Qingming de este año justamente es el segundo aniversario de la muerte de nuestra madre.

        Mi madre era una mujer china tradicional, nacida en una familia pobre, pero que adquirió un carácter firme, fuerte y trabajadora. Fue desde pequeña muy autodidáctica, por su dedicación a los estudios se graduó de docente, y trabajó en dos escuelas primarias por varios años. Por hechos de la vida, ella se quedó viuda siendo bastante joven, y con mucho esfuerzo nos crió a mí, y a todos mis hermanos y hermanas, proveyéndonos incluso la posibilidad de completar nuestra educación y formación. Sin embargo ella nunca nos exigió nada a cambio por su sacrificio, por su dedicación y sus años de juventud, solo nos exhortaba a que nos dediquemos con todo a los estudios para lograr un buen futuro.

        La herencia más valiosa que ella nos dejó fue la transmisión de la fe! Desde pequeños nos llevaba a la iglesia, deseando que podamos vivir dentro de la gracia del Señor, tener Su amor y la esperanza del reino celestial. Recuerdo una vez me dijo que el día más feliz de su vida fue cuando fui consagrado con cargo ministerial, y que durante la oración ella de repente fue elevada hacia los cielos, en el aire la brisa del viento, como si estuviera en medio de un hermoso jardín, y su corazón se le llenó de una alegría incomparable.

        Mi madre amaba la luz del sol, por eso escogí una casa que tuviese suficiente iluminación. A menudo durante el atardecer cuando el sol se escondía por detrás de las montañas, y entraban los últimos rayos por la ventana y cubrían su cama, ella se perdía mirando aquella luz; para ese entonces ella ya padecía de Alzheimer.

        A veces durante la noche cuando hubiera alguna actividad o reunión en la iglesia y llegaba yo tarde a casa, podía ver que mi madre se encontraba muy solitaria en su cuarto, la criada ya se había ido a descansar, pero ella no paraba de llamar los nombres de sus hijos e hijas. Y cuando entraba en su habitación y le preguntaba qué decía, ella meneaba su mano y su cabeza, y con mirada vacilante parecía murmurar algo al abrir su boca ya sin dentadura y con labios resecados y pálidos. Observaba sus cabellos grises plateados, sus ojos hundidos, y su rostro lleno de arrugas. Madre ¿te envejeciste tan rápido?

       Recordando los días pasados, cuando ella trabajaba de maestra, fueron realmente tiempos de distinción y esplendor, pero la vida se destrozó desde que nuestro padre murió, y a ella le sobrevinieron diversos golpes. Sin más se tuvo que tomar cargo total de la casa, carente de recursos, crió gallinas, plantó verduras, puso puesto en ferias, superando todas las dificultades, sustentaba a toda la familia. Ahora con edad ya avanzada, como el sueño que tuvo el faraón, las espigas hermosas fueron devoradas gradualmente por las espigas feas. Toda persona tiene tiempos de abundancia y también le llegan tiempos de escasez. En su juventud mi madre flameó como una vela iluminando la vida de otros, pero en su vejez ella estuvo azotada por malestares y sufrimientos físicos. Por lo que entendí y realmente me di cuenta sobre las limitaciones del ser humano. “Mis días son como sombra que se va, Y me he secado como la hierba.” (Salmos 102: 11). Ni la vida ni la muerte están bajo nuestro control, es Dios quien otorga, y también quien quita, y todas las cosas tienen su particular tiempo. Sin embargo Dios no se queda como un simple espectador, en momentos de tribulaciones Él nos acompaña y está aún más cerca que cualquier otra persona. Por medio de la oración, nuestro corazón obtiene la paz y la fuerza del Señor, que nos llena y nos consuela.

       Una noche mi madre otra vez nos estaba llamando, por lo que entramos a su cuarto, y oramos por ella, pero mi hija de repente se salió de la habitación enfurecida, no queriendo orar más. Al preguntarle la causa, ella solo se quedó callada y con gesto perdida. Por lo que tuvimos que rezar por ella también. Finalizada la oración, hablé con ella, y me contó que vio seis sombras negras, de diferentes alturas, los más altos parecían tan grandes como los placares y asustaban mucho. Después vio a mi padre echar a satanás a gran voz, y al ratito las sombras desaparecieron una por una. Recordé que mi madre frecuentemente llamaba los nombres de parientes fallecidos, ¿acaso el diablo aprovechó los momentos de debilidad de la gente para perturbarla? de cualquier manera solo por medio de la oración y fe podemos conseguir resistir y echar al diablo. Luego de ese suceso, mi madre se quedó profundamente dormida toda la noche hasta el amanecer.

        Durante los últimos años de mi madre ella se fracturó varias veces, los médicos dijeron que padecía de osteoporosis, por lo que cualquier movimiento brusco le podía causar quebradura de huesos. En enero de 2011 sufrió la más grave de su vida, durante la visita a la casa de mi tía, ella se desbalanzó y se cayó al piso, y se quebró la pelvis, y la punta superior del fémur se le rompió en varios pedazos, por lo que ella fue ingresada al hospital de urgencia, y estuvo bajo una operación de cinco horas hasta que se le fijaron todos los trozos del hueso. Una operación de esa magnitud para pacientes de su edad es muy riesgosa, porque por lo general están débiles y enfermos, y muchos no resisten estar bajo anestesia tanto tiempo. Por eso el médico no sabía si saldría todo bien, y nos pidió firmar  una declaración de consentimiento para la intervención quirúrgica. Gracias al Señor, a través de una oración incesante, la operación se pudo completar y terminar en paz.

       Aunque nos afligimos cuando acontecen dificultades, pero si tenemos confianza en Dios, Él estará cerca, a nuestro alrededor, proporcionándonos su amor misericordioso.

        Luego de una vida golpeada, la luz de mi madre finalmente se apagó, el momento más temido acabó llegando. Esa noche recuerdo que estaba guiando la reunión en la iglesia, cuando llegué a casa vi que mi madre ya estaba con mucha saliva en su boca, y sin aliento, y cuando le llamé mamá, su semblante rojizo perdió color, se tornó pálido, tal vez ella estaba esperando que yo llegase, para partir después, dejando una expresión de paz como si estuviera durmiendo. Conteniéndome ante el dolor de la pérdida, telefoneé al diácono Tito Yang, quien vino y organizó los asuntos funerarios.

       Era como las once y cuarto de la noche cuando de repente mi hija comenzó a escuchar que alguien cantaba el himno número cinco, la voz era potente, agradable y melodioso, como sonidos del cielo. Ella me preguntó si también la escuchaba, con la cabeza le dije que no oí nada, y que no había nadie tampoco a nuestro alrededor, ¿acaso fue un ángel que estaba cantando? Allí recordé que cuando un justo muere, el ángel de Dios viene a llevarlo, y tengo completa fe en que todo aquel que muere dentro del Señor es bienaventurado. Mi madre falleció, porque el Señor quería llevarla de regreso a otro hogar mucho más hermoso.

        La primera noche después de la muerte de mi madre, mi hija tuvo un sueño, era como la hora del atardecer, ella estaba dando de comer a su abuela, pero la abuela repentinamente le dijo: me voy, no llores, toda persona muere algún día, y luego tomó su preciada pulsera de oro y se la dio a mi hija. Pero ella no quería y estaba muy afligida por la situación, y fue entonces cuando la escena se tornó alegre, se le apareció enfrente una escalera que llegaba hasta el cielo, era muy recta y alta, una escalera que conducía hacia lo más profundo del firmamento. Y vio luego que su abuela con un vestido muy hermoso estaba subiendo sin parar por esa escalera, y después vio también que se abrió la puerta del cielo. Habían tres personas paradas allí, el del medio resplandecía como el Señor Jesús, el de la derecha sostenía un libro en sus manos, como el de la vida, y la persona de la izquierda tocaba flauta que emitía un sonido muy precioso. Su abuela estaba muy contenta sonriendo, no tenía apariencia de anciana, y mientras se despedía ella continuaba subiendo hacia arriba.

        Gracias al Señor, durante esos momentos más tristes Él nos consoló con sueños y visiones. Pero quién somos para ser amados tanto de esa forma por el Señor. Dios fue nuestra roca en tiempos de tribulaciones, fue nuestro apoyo, y siempre lo recordaré y nunca en mi vida podría olvidarlo.

        En el día del funeral, a través de la ventana del auto en el que estaba, podía ver que la luz del sol iluminaba como siempre, aunque nunca más sería igual en nuestra familia, mi madre nunca más podría estar con nosotros y tener nuestra charla familiar. El camino por el que íbamos era el que yo tomaba siempre cada vez que la llevaba a pasear en auto, cuando mi madre se sentía aburrida pedía que la llevásemos a dar vueltas. La ruta de nuestro paseo era la que llevaba hacia una autopista, luego dábamos una vuelta a la universidad de Sabah, y regresábamos a Luyang. Ahora aunque estábamos pasando por el mismo camino, pero las circunstancias y el sentir eran totalmente diferentes, cuando pensé en ello, mi corazón se afligió, y las lágrimas se me cayeron sin que pudiera controlarlas.

        Durante toda esa travesía, la pasé llorando, pero no todas mis lágrimas fueron de tristeza, sino también de consuelo y agradecimiento. Posteriormente mi esposa me contó: No sabes, cuando estabas llorando yo escuché unas voces de oración en lenguas. Por lo que ella se dio vuelta para ver, pero dentro del coche no había nadie rezando, pero esa voz de oración se escuchó muy claramente, y duró todo el viaje hasta que llegamos al parque de descanso para el entierro.

        Gracias al Señor, fue por eso que luego del entristecimiento tuve una sensación de paz que me llenó el corazón, me sentí aliviado de una gran carga. Porque la paz viene por el Señor Jesucristo, Él prometió diciendo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo.” (Juan 14: 27). Mi estado emocional mejoró porque el Señor estuvo siempre a la diestra del Padre Celestial para interceder incesantemente por los santos discípulos; Dios le ungirá con óleo de alegría más que a sus compañeros (Romanos 8: 34; Hebreos 1: 9).

        Pasados tres días mi esposa también tuvo un sueño, cerca del amanecer ella soñó que mi madre se estaba despidiendo de ella sonriente, le dijo que cualquier ofensa del pasado se deben perdonarse mutuamente, apartándolas del corazón, dicho eso se dio media vuelta y caminó hacia donde estaba la escalera que conducía al cielo, muy similar a la que vio mi hija, una escalera recta y muy alta que desaparecía en lo más elevado del firmamento, luego vio que mi madre estaba en un lugar alto al final del extremo, donde habían ángeles como nubes que la rodeaban, y después de despedirse haciendo señas con su mano a mi esposa, ella desapareció.

        La partida de un ser querido siempre nos trae grandes dolores, pero en la adversidad el Señor es nuestro apoyo, nuestra fuerza, nuestra ayuda en todo momento, Su santo mano nos sostiene, nos acompaña para atravesar el valle de sombra de muerte, tan solo necesita que lo sigamos hasta el fin, sin ninguna vacilación, entonces la separación con los seres queridos en este mundo sería solamente momentánea, porque algún día todos nos reuniremos en la casa celestial.

        El amor del Señor fue como el rocío que impregnó toda mi familia mientras enfrentábamos los vaivénes de la vida, sólo en el Señor encontramos apoyo. Para el resto de mis días no pido mucho, sino pasarlos sirviendo fielmente al Señor, eventualmente en agradecimiento por todo el amor recibido de Su parte.

        Que toda la gloria, la alabanza y la acción de gracia sean para Dios.

       (Traducido por HCH)